domingo, 2 de septiembre de 2012

Bestias frágiles aunque tenaces. ¿Qué abogados necesitamos?


Bestias frágiles, aunque tenaces. No me refiero a los abogados que necesitamos, como podría usted concluir del título. El intelectual George Steiner acuñó esta frase para referirse a las universidades como instituciones que están sometidas a tensiones fundamentales: la necesidad de conciliar las a veces contradictorias demandas de forjar profesionales que atiendan las necesidades del mercado, de producir investigaciones científicas especializadas, y de formar profesionales cultos. La tensión es evidente pues cultura y erudición no son necesariamente compatibles, como tampoco lo son el pragmatismo con la ciencia.
Hace veinte años, un abogado peruano promedio se dedicaba a litigar en el poder judicial, a negociar contratos, a registrar títulos de propiedad, a atender típicos problemas penales, laborales o tributarios. Hoy hace lo mismo y más. Litiga, pero lo hace también en sede arbitral y ante organismos reguladores; negocia contratos, pero lo hace más rápido y ante operaciones más complejas; atiende problemas penales, laborales y tributarios más sofisticados, derivados de la dinamización de la economía.
Hoy, además, los abogados saben que sus clientes son cada vez más exigentes sobre el valor que obtienen del asesoramiento legal; y hay más competencia que empuja a cobrar  menores tarifas e imaginar mejores servicios. Las firmas de abogados cada vez más se ven como lo que son: negocios. Exigen entonces velocidad para convertir el trabajo en cobranzas a los clientes, productividad medida por horas, control de gastos, interés por la tecnología, etc.
Hoy, los abogados saben que el mercado exige emprendedores y que las universidades ayudan a formarlos. Deben entonces poder usar la jerga gerencial, por lo que además de saber leyes, se interesan en la economía y los negocios.
Hoy, los abogados saben que ejercer el Derecho es algo más que aplicar normas. Deben tener cualidades de liderazgo, que se definen en parte por su capacidad de negociación. No queremos abogados litigantes que azucen las controversias. Queremos abogados que sepan que no pueden ganar todos los juicios. Cuando lo sepan, escogerán mejor sus batallas y solucionarán por vías amigables las que no vale la pena tomar.
La idea de que sólo hay dos tipos de abogados, “abogánster” y “aboganso”, está condenada a desaparecer. Hay una tercera alternativa –abogados formados en valores- que se explica no sólo en que es moralmente correcta sino además en que el mercado los exige y reconoce. No basta con ser abogados eficientes y efectivos sino que deben hacer de las buenas prácticas su forma de ejercer la profesión.
Para ser un buen abogado no basta entonces con saber Derecho. Para enfrentar estos nuevos retos las universidades no podemos olvidar que son los alumnos los que explican nuestra existencia; que ellos no son intrusos en medio de disertaciones académicas sino que son indispensables. No nos queda sino esperar que las universidades seamos entonces menos frágiles y muy tenaces.